29.6.19

El humilladero de Los Cuatro Postes de Ávila.


El humilladero de Los Cuatro Postes es un monumento religioso situado en la ciudad de Ávila. Está formado por cuatro columnas dóricas de cinco metros de altura sobre cuyos capiteles se asientan otros tantos arquitrabes con las armas de la ciudad; en el centro del cuadrado formado por las columnas, sobre una peana, se erige una cruz de granito.


Según cuenta la tradición, en el año 1157 los abulenses organizaron una romería en la ermita de San Leonardo (actualmente desaparecida), próxima a Narrillos, en rogativa por la desaparición de la peste que azotaba la comarca. Aprovechando la ausencia de la mayor parte de la población, los musulmanes atacaron la ciudad llevándose todo lo que había en ella de valor. 


Para perseguirles, los regidores Nuño Rabia y Gómez Acedo organizaron una partida, de la que una parte de sus integrantes se separó para regresar a la seguridad de la villa. Tras derrotar a los musulmanes, la otra partida regresó a Ávila y encontraron que los que se habían separado del grupo habían cerrado las murallas, y exigían parte del botín para aceptar a los recién llegados. 


Enterado el rey Sancho III de Castilla, acudió a Ávila, expulsó a los de dentro y les condenó a vivir en extramuros, sin títulos de nobleza ni privilegios. Algunos de estos, se expatriaron y marcharon a Ciudad Rodrigo, donde el rey Fernando II de Leôn estaba repoblando la ciudad tras su reconquista. El concejo de Ávila decidió que la romería a San Leonardo se repitiese anualmente, y para descanso de las autoridades, se construyó en el trayecto el humilladero de los Cuatro Postes.


Otra leyenda cuenta que, fue en este lugar donde los niños Teresa de Jesús y su hermano Rodrigo fueron interceptados por su tío cuando partían hacia el sur a evangelizar infieles, sin importarles morir en su intento, ya que se convertirían en mártires. Y es que estaban tan fuertemente influidos por las lecturas de libros de caballería, que querían vivir una aventura de esta índole.


Años después, cuando Teresa es "despachada" de la ciudad por sus divergencias a la hora de entender la expresión de la religiosidad, paró en su marcha de la ciudad allí mismo y, mirando hacia Ávila mientras se quitaba las sandalias y las sacudía, dijo: "De Ávila, ni el polvo". Menos mal que, más tarde, se reconcilió con su patria chica.




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